CUENTO DE FÚTBOL
Mi abuelo decidió apagar la radio de su vida una noche de octubre de 1998. Lo hizo justo después de un 6-2 inolvidable del “Rojo” de Avellaneda sobre Universidad de Chile, por la vieja Copa Mercosur. Aquella noche, dos goles de Gómez, uno de Amaya, otros dos de Calderón y uno de Garnero le sacaron la última sonrisa de su vida.
Antes, osando discutir ese destino de Rey de Copas que siempre mostró orgulloso el “Diablo”, el chileno Barrera puso el partido 3-2. Mi abuelo, pegado a una radio vieja, sufría y gozaba con igual intensidad. Ni siquiera con el inicio de las transmisiones televisivas cambió su ritual.
Prefería quedarse ahí, en un rincón de la pieza, en silencio, con los ojos cerrados, imaginando las gambetas y el pase preciso del “Bocha”, la estampa de crack de Marangoni, la potencia de Bertoni, los goles de la “Vieja” Reinoso y de Percudani, el coraje de Giusti. Le gustaba hablar de la historia del “Rojo”, de sus hazañas de Copa Libertadores, de tantos clásicos ganados. “Los grandes no le pegan de puntín”, me decía, hablando de Bochini.
Justo aquella noche, quiso el destino que fuera el último nieto que lo vio sonreír. La fortuna me dio la chance de compartir con él algunos minutos de ese juego, hasta el preciso momento en que mis burlas afloraron cuando la visita se puso a tiro del empate. Obvio, fui expulsado de la habitación pese a mis promesas de no repetir tal osadía. Mi abuelo se quedó solo y habrá sonreído con el resultado final. Si hasta tuvo tiempo de mandarme, a través de mi papá, “saludos del Rey de Copas”.
Hablaba de tantas glorias de antaño, de juegos memorables, de goles, de la noche del “Bocha” y Bertoni en Córdoba, frente a Talleres, para festejar el Nacional de 1977. El fútbol era su debilidad, su pasión. Y eso que jamás había pateado una pelota. Sin embargo, sin que nadie tenga certeza alguna sobre el tema, eligió un club de paladar negro para seguir, para disfrutar, para deleitarse.
Y fue feliz, aunque no consiguió, pese a sus intentos, trasladarme esos colores. Tampoco pudo con mi papá, pero si con su hijo mayor y el hijo de este, el tercer varón de los nietos. Ahí encontraba un espacio para charlar del “Pato” Pastoriza, para contarle, a mi primo, orgulloso, que los últimos goles de los dos Mundiales que ganó Argentina fueron convertidos por jugadores del “Rojo”: Daniel Bertoni y Jorge Burruchaga.
A catorce años de aquella noche de octubre, todavía lo recuerdo sentado, encorvado para oír mejor la voz del relator, ausente, como si en realidad no estuviera en esa habitación, sino en alguna parte de Avellaneda. Fue triunfo, alegría y, sabiamente, decidió apagar la radio. No fuera que alguna tarde de sábado, a algún jugador desalmado, se le ocurriera darle de punta, fuerte y para arriba.
Juan Azor
Twitter: @JuanAzor
Periodista y escritor oriundo de Junín, Mendoza. Desde hace varios años trabaja en Diario Los Andes.
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