Por Fernando Montaña
Diario El Ciudadano
Foto: Gentileza Museo Emilio Menéndez
FÚTBOL - VIAJE EN EL TIEMPO
Nació en Junín y brilló en el Atlético San Martín y San Lorenzo de Almagro. Rolando José Gramari, el marcador de punta que se midió con los mejores wines izquierdos de las décadas del 60’ y 70’.
El albirrojo, esa noche de color azul, no para de atacar. Ya está dos goles arriba (goles del Gauchito Guzmán y el Pocho Barroso) pero tiene sed de más. Qué Chupete Márquez, que Pancho Monárdez, que Pepe Tebez, que atacan todos y cada uno, como popularizó alguna vez el querido Víctor Hugo Morales.
Enfrente está River, que en la fecha anterior le clavó siete a Independiente de Avellaneda (7 a 2) pero sepan que no se nota. Esa noche San Martín es una fiesta, aunque esté jugando en el Parque y es una Máquina, a pesar que así lo denominan a su vencido.
Es seis de diciembre y Rolando Gramari, el cuatro de San Martín, arranca de corrido desde el fondo de su campo y recibe una cesión precisa. Aguanta el guadañazo de Pinino Más y sigue con rumbo cierto. Se mete entre los marcadores centrales de River y queda mano a mano ante el arquero. Remata, pero Perico Pérez el uno Millonario responde. A medias, eso sí, ya que el rebote lo vuelve a tomar el popular Pato y esta vez no falla. No se afea la jugada pese a la contención del guardametas que años después vestiría la casaca del Lobo mendocino. Al contrario, es un golazo por la decisión y manejo del marcador de punta de San Martín. Es 3 a 0 y lo hizo Gramari. Uno de sus pocos goles en Primera División.
Es una de las postales futboleras de ese jugador, que nació en el departamento de Junín, hace 77 años y que como contará en la nota, hoy está alejado del fútbol. Ni para mirarlo por televisión.
“Y sí. Hace mucho que no voy a la cancha. Ahora ves pura velocidad y poco juego. Me cansó hasta por TV”, dice el Pato Gramari, quien surgió del Atlético San Martín y brilló en el club del Este y también en San Lorenzo de Almagro, sus dos amores como él mismo lo definirá y que no se manchan pese a haber jugado un año en Huracán de Parque Patricios y media temporada en Godoy Cruz Antonio Tomba.
Decía Alejandro Dolina que el galpón de la memoria es una piecita que tenemos en la cabeza y en el que no se alojan los recuerdos, pero sí por el que alguna vez atraviesa algún recuerdo. A lo largo de la nota al Pato se le cruzan varios de ellos por la piecita de la cabeza y así cuenta historia, más allá de que jocosamente diga que no guarda un recuerdo especial de su vida junto a la redonda.
Y así desgrana: “Nací en la calle Lucero, de Junín. Empecé a jugar en el año 55 en los torneos infantiles para un equipo que se llamaba Defensores del Este. Un día nos enfrentamos a San Martín y después de verme jugar me ofrecieron una prueba. Fuimos varios niños y yo vi que a todos le decían: ‘venga la semana que le vamos a tomar otra prueba’. Yo pensé que me iban a decir lo mismo, sin embargo, Raúl Moral, que después me dirigió en Primera me dice: ‘pibe, usted vaya a firmar a la secretaría porque se queda en el club”.
Eran tiempos en que la pelota era el chiche de los pibes. De Ligas fuertes a lo largo y lo ancho de la provincia, entre ellas la rivadaviense.
El niño rubio había salido de esas federaciones distritales y con sus once años había sorprendido a la gente del albirrojo. Fue fichado y siguió en inferiores alternando en distintos puestos.
“Empecé de fullback centro, pero por ahí me ponían de 8, 7 o 9, de 2. Jugaba en donde hiciera falta. En dos categorías me consolidé como marcador de punta derecho, pero en reserva lo traen a Roberto Troyano y lo ponen a él de 4 y a mí de 7. Cuando subimos a primera lo mandan a él de 7 y a mí de 4, porque tenía mucha velocidad”.
La Liga mendocina era una de las más potentes del país. Cuna de grandes equipos y jugadores. De pronto el Chacarero que siempre era protagonista tuvo su momento esplendoroso en 1963, con chicos que eran mayoría de la casa. Y claro está, con Gramari entre ellos, que ese año había debutado en Primera División.
“Fue inolvidable. Yo tenía 19 años y salía campeón en un equipazo junto a Osvaldo Sosa, Guzmán, Madeira, Ricardo Álvarez, Noguera, Molina, Ambroggi, Troyano. Nos consagramos una fecha antes contra Palmira de visitante, que era nuestro clásico, mucho más que ahora. El último partido fue contra Independiente en el Parque. Les ganamos 1 a 0 y tuvimos que salir rajando de allí (risas).
“Antes era distinto, un club tenía una base a la que se le sumaban algunos refuerzos pero ese equipo jugaba junto cinco o seis años. Así nos pasó años después en los Nacionales, ahora un equipo dura seis meses”.
Su voz se entrecorta de emoción cuando habla del Negro Ambroggi. Considerado como uno de los mejores que pasó por el fútbol mendocino dice: “Todos los equipos tenían jerarquía, pero el Negro era un gran jugador. Él y Monárdez me sorprendieron”.
Es comienzo del 64’ y San Lorenzo de Almagro buscaba un marcador de punta. Un informante cuyano del club Santo, le había dicho a la dirigencia que en Mendoza había un pibe que se había consagrado campeón del torneo local y valía la pena observarlo. “Vienen a jugar a jugar un amistoso a San Martín. Me entero después que lo armaron exclusivamente por mí. Jugué medio tiempo para San Martín y medio para San Lorenzo. Me invitaron a jugar otros dos partidos, en San Juan y contra Independiente Rivadavia. Jugué y me dicen: ‘Vaya a buscar sus cosas a su casa, que se viene con nosotros. Y así me sumé a la gira por Mar del Plata. Era jugador de San Lorenzo”.
“San Martin me vendió y fue la primera venta importante de un jugador, con eso le alcanzó para hacer la iluminación, les quedó una buena plata”, dice.
En Boedo estuvo cinco años y quedó en la historia grande del club porque convivió con los carasucias del 64’, el de los Irusta, Sconfianza, Albretch, Casá, Doval, Veira, Carotti y el Oveja Telch y también en los inolvidables Matadores del 68’, el de Lobo Fischer, Cocco, Veglio y Buticce, primer campeón invicto en el profesionalismo nacional.
En el Ciclón hizo amistades entrañables con Tito Carotti y el Oveja Telch y protagonizó partidos inolvidables.
“Llegué con edad para cuarta y quinta. Estuve como amateur un año y el contrato profesional era con 22 años. Vivía en Flores, en lo de un tío, hermano de mi mamá. Fui cinco años titular en San Lorenzo. Los que más jugamos, fuimos Albretch y yo, hasta que en el 66 me rompí los ligamentos y estuve seis meses parado. Me vine cuatro meses a Mendoza para recuperarme.
¿Mis mejores partidos? Varios, pero me acuerdo de uno ante Boca, contra Mussimessi (arquero), Rattín, Orlando, Marzolini y Simeone”.
Su paso por Buenos Aires le posibilitó compartir campo de juego con grandes equipos como también ser dirigido por entrenadores que lo marcaron. “Estudiantes de La Plata me impresionó. Tenía jugadores de nivel como Verón. ¿Lo de los alfileres a los rivales? Ese era Bilardo, era mañoso y a nadie le gustaba (risas). Otros grandes equipos a los que enfrenté fueron Racing con Perfumo, el Independiente de Pastoriza, Vélez en donde jugaba el mendocino Santos Iselín Ovejero. Contra los de Liners me echaron por única vez. Tenían al Pichino Carone que me provocó corriéndome la pelota cuando iba a patear. Le tiré un pelotazo y lo empujé; el árbitro me vio y me echaron”.
“Tuve varios entrenadores. El Toto Lorenzo, te hacía jugar distinto, era más drástico en la marca y más gritón. Tim (Elba de Paula Lima, técnico del campeón del 68’) buscaba más la habilidad del jugador. En verdad siempre consideré que los jugadores son los que deben saber ubicarse en la cancha y lo importante es que se hablen”, desliza.
Su historia con el Ciclón finalizó en 1968, luego del celebrado título con Los Matadores. Claro que en ese torneo, si bien formaba parte del plantel, no fue titular. “Jugábamos un torneo de verano y Tim me dice: ‘Gramari, voy a probar en su puesto a un uruguayo que me recomendó un amigo. Ya me tiene cansado con que observe a ese chico. No tiene mucha altura y viene de Independiente donde no quedó, veremos’. La cosa es que lo puso y ya por el segundo tiempo me miro con Telch y le digo: ‘a este no lo sacan más’. Era Sergio Birmark Villar, un gran jugador”.
“Al otro año, como premio me dan el pase y el Toscano Rendo me lleva a Huracán. Estuve un año, pero bastante malo. Jugué con Brindisi, Babington, era un equipo de mucha categoría, pero no me sentí cómodo. Había otras posibilidades, pero tomé la decisión de pegar la vuelta a Mendoza”
“Arreglé en Godoy Cruz. Jugué un año en el Tomba, con el Chalo Pedone, Montagnoli, Camargo, Hernández. Le agradeceré siempre a Godoy Cruz por llevarme, de hecho querían que siguiera. Ellos sabían que mi deseo volver a San Martín, pero jugaba Falchi en mi puesto y también algunos decían que yo había venido lesionado. Después se dieron cuenta que no era así y al año siguiente me ofrecieron volver a San Martín”, recuerda.
Inauguró la década del 70, con la cuatro en la espalda y su consolidación como jugador coincidió con los gloriosos años del Chacarero en los Viejos Nacionales. Antes y después le tocó lidiar con wines sagaces y veloces. “Me acuerdo de Bertoni. Otro que me dio muchísimo trabajo fue Minitti, el de los albañiles de Lanús. Ellos eran bravos porque antes el 10 jugaba más cerca de 11 y te hacían el dos-uno. Con el Pinino Mas no me iba tan mal porque no era tan habilidoso, pero sí veloz como yo, entonces chocábamos permanentemente”.
En tanto, el fútbol local también era muy competitivo y por ello el Pato dice: “Con Independiente, que tenía a Mémoli y Vergara eran partidos bravos, también con Gimnasia que tenía al Victor o Guayama. Huracán Las Heras, Gutiérrez, Talleres, Argentino. Todos eran grandes equipos”.
Reggi o Tamagnone; Gramari, Zuvialde, Dubrowscyk y Maryllack; Márquez, Tevez, Monárdez; Barroso, el Gauchito Guzmán y el Cometa Muñoz o Grudzien, nombres más o nombres menos era la formación de ese Atlético Club San Martín que sacaba pecho en esos certámenes nacionales. En 1976, cuando el Chacarero va al Nacional de esa temporada, el Pato le dijo adiós al fóbal. “Para ese torneo vinieron el Chalo Pedone, Millán, Pereyra, los marplatenses Miori, Trama y Oscar Gómez”.
En el resumen de su vida futbolística, el Pato Gramari dice: “San Lorenzo es mi vida, como también lo es San Martín”.
Tanto en el Ciclón como en el Albirrojo ha participado de las distintas cenas homenajes que se le han hecho a las glorias de ambos clubes. “Sí, es muy lindo que se acuerden bien de uno en esos clubes que uno quiere tanto”.
En su querido albirrojo siguió vinculado tras su etapa como futbolista. Allí trabajó en las inferiores durante muchos años, luego de hacer el curso de entrenador. Entre tantos pibes que tuvo a su cargo, había uno que era arquero y se llamaba Esteban Andrada. Sí, el actual portero de Boca. “Es categoría 91, tenía unas condiciones bárbaras”, dice el Pato.
El libro de su buena memoria comienza a cerrarse. Rolando Gramari, se alegra cuando lo recuerdan o lo saludan por la calle. Antes o en los momentos de cuarentena. “Ese señor que va allí, era un crack”, suelen decirle los que pintan canas a sus nietos, cuando caminan de su mano y saludan al Pato.
Un ritual con rasgos similares para Rolando Gramari, quien armó su familia después que colgó los botines y está conformada por su esposa, tres hijos y cuatro nietos. Suele ocurrir que cada domingo después de las pastas caseras o el asado, a algunos de los pibes o su hijo fanátrico cuervo le pide que se fije en la piecita de sus recuerdos si tiene a mano algunos de esos maravillosos recuerdos. Allí con la cuatro en la espalda en ese hilo mágico que unió Junín-Boedo- con San Martín.
Diario El Ciudadano
Foto: Gentileza Museo Emilio Menéndez
FÚTBOL - VIAJE EN EL TIEMPO
Nació en Junín y brilló en el Atlético San Martín y San Lorenzo de Almagro. Rolando José Gramari, el marcador de punta que se midió con los mejores wines izquierdos de las décadas del 60’ y 70’.
El albirrojo, esa noche de color azul, no para de atacar. Ya está dos goles arriba (goles del Gauchito Guzmán y el Pocho Barroso) pero tiene sed de más. Qué Chupete Márquez, que Pancho Monárdez, que Pepe Tebez, que atacan todos y cada uno, como popularizó alguna vez el querido Víctor Hugo Morales.
Enfrente está River, que en la fecha anterior le clavó siete a Independiente de Avellaneda (7 a 2) pero sepan que no se nota. Esa noche San Martín es una fiesta, aunque esté jugando en el Parque y es una Máquina, a pesar que así lo denominan a su vencido.
Es seis de diciembre y Rolando Gramari, el cuatro de San Martín, arranca de corrido desde el fondo de su campo y recibe una cesión precisa. Aguanta el guadañazo de Pinino Más y sigue con rumbo cierto. Se mete entre los marcadores centrales de River y queda mano a mano ante el arquero. Remata, pero Perico Pérez el uno Millonario responde. A medias, eso sí, ya que el rebote lo vuelve a tomar el popular Pato y esta vez no falla. No se afea la jugada pese a la contención del guardametas que años después vestiría la casaca del Lobo mendocino. Al contrario, es un golazo por la decisión y manejo del marcador de punta de San Martín. Es 3 a 0 y lo hizo Gramari. Uno de sus pocos goles en Primera División.
Es una de las postales futboleras de ese jugador, que nació en el departamento de Junín, hace 77 años y que como contará en la nota, hoy está alejado del fútbol. Ni para mirarlo por televisión.
“Y sí. Hace mucho que no voy a la cancha. Ahora ves pura velocidad y poco juego. Me cansó hasta por TV”, dice el Pato Gramari, quien surgió del Atlético San Martín y brilló en el club del Este y también en San Lorenzo de Almagro, sus dos amores como él mismo lo definirá y que no se manchan pese a haber jugado un año en Huracán de Parque Patricios y media temporada en Godoy Cruz Antonio Tomba.
Decía Alejandro Dolina que el galpón de la memoria es una piecita que tenemos en la cabeza y en el que no se alojan los recuerdos, pero sí por el que alguna vez atraviesa algún recuerdo. A lo largo de la nota al Pato se le cruzan varios de ellos por la piecita de la cabeza y así cuenta historia, más allá de que jocosamente diga que no guarda un recuerdo especial de su vida junto a la redonda.
Y así desgrana: “Nací en la calle Lucero, de Junín. Empecé a jugar en el año 55 en los torneos infantiles para un equipo que se llamaba Defensores del Este. Un día nos enfrentamos a San Martín y después de verme jugar me ofrecieron una prueba. Fuimos varios niños y yo vi que a todos le decían: ‘venga la semana que le vamos a tomar otra prueba’. Yo pensé que me iban a decir lo mismo, sin embargo, Raúl Moral, que después me dirigió en Primera me dice: ‘pibe, usted vaya a firmar a la secretaría porque se queda en el club”.
Eran tiempos en que la pelota era el chiche de los pibes. De Ligas fuertes a lo largo y lo ancho de la provincia, entre ellas la rivadaviense.
El niño rubio había salido de esas federaciones distritales y con sus once años había sorprendido a la gente del albirrojo. Fue fichado y siguió en inferiores alternando en distintos puestos.
“Empecé de fullback centro, pero por ahí me ponían de 8, 7 o 9, de 2. Jugaba en donde hiciera falta. En dos categorías me consolidé como marcador de punta derecho, pero en reserva lo traen a Roberto Troyano y lo ponen a él de 4 y a mí de 7. Cuando subimos a primera lo mandan a él de 7 y a mí de 4, porque tenía mucha velocidad”.
La Liga mendocina era una de las más potentes del país. Cuna de grandes equipos y jugadores. De pronto el Chacarero que siempre era protagonista tuvo su momento esplendoroso en 1963, con chicos que eran mayoría de la casa. Y claro está, con Gramari entre ellos, que ese año había debutado en Primera División.
“Fue inolvidable. Yo tenía 19 años y salía campeón en un equipazo junto a Osvaldo Sosa, Guzmán, Madeira, Ricardo Álvarez, Noguera, Molina, Ambroggi, Troyano. Nos consagramos una fecha antes contra Palmira de visitante, que era nuestro clásico, mucho más que ahora. El último partido fue contra Independiente en el Parque. Les ganamos 1 a 0 y tuvimos que salir rajando de allí (risas).
“Antes era distinto, un club tenía una base a la que se le sumaban algunos refuerzos pero ese equipo jugaba junto cinco o seis años. Así nos pasó años después en los Nacionales, ahora un equipo dura seis meses”.
Su voz se entrecorta de emoción cuando habla del Negro Ambroggi. Considerado como uno de los mejores que pasó por el fútbol mendocino dice: “Todos los equipos tenían jerarquía, pero el Negro era un gran jugador. Él y Monárdez me sorprendieron”.
Es comienzo del 64’ y San Lorenzo de Almagro buscaba un marcador de punta. Un informante cuyano del club Santo, le había dicho a la dirigencia que en Mendoza había un pibe que se había consagrado campeón del torneo local y valía la pena observarlo. “Vienen a jugar a jugar un amistoso a San Martín. Me entero después que lo armaron exclusivamente por mí. Jugué medio tiempo para San Martín y medio para San Lorenzo. Me invitaron a jugar otros dos partidos, en San Juan y contra Independiente Rivadavia. Jugué y me dicen: ‘Vaya a buscar sus cosas a su casa, que se viene con nosotros. Y así me sumé a la gira por Mar del Plata. Era jugador de San Lorenzo”.
“San Martin me vendió y fue la primera venta importante de un jugador, con eso le alcanzó para hacer la iluminación, les quedó una buena plata”, dice.
En Boedo estuvo cinco años y quedó en la historia grande del club porque convivió con los carasucias del 64’, el de los Irusta, Sconfianza, Albretch, Casá, Doval, Veira, Carotti y el Oveja Telch y también en los inolvidables Matadores del 68’, el de Lobo Fischer, Cocco, Veglio y Buticce, primer campeón invicto en el profesionalismo nacional.
En el Ciclón hizo amistades entrañables con Tito Carotti y el Oveja Telch y protagonizó partidos inolvidables.
“Llegué con edad para cuarta y quinta. Estuve como amateur un año y el contrato profesional era con 22 años. Vivía en Flores, en lo de un tío, hermano de mi mamá. Fui cinco años titular en San Lorenzo. Los que más jugamos, fuimos Albretch y yo, hasta que en el 66 me rompí los ligamentos y estuve seis meses parado. Me vine cuatro meses a Mendoza para recuperarme.
¿Mis mejores partidos? Varios, pero me acuerdo de uno ante Boca, contra Mussimessi (arquero), Rattín, Orlando, Marzolini y Simeone”.
Su paso por Buenos Aires le posibilitó compartir campo de juego con grandes equipos como también ser dirigido por entrenadores que lo marcaron. “Estudiantes de La Plata me impresionó. Tenía jugadores de nivel como Verón. ¿Lo de los alfileres a los rivales? Ese era Bilardo, era mañoso y a nadie le gustaba (risas). Otros grandes equipos a los que enfrenté fueron Racing con Perfumo, el Independiente de Pastoriza, Vélez en donde jugaba el mendocino Santos Iselín Ovejero. Contra los de Liners me echaron por única vez. Tenían al Pichino Carone que me provocó corriéndome la pelota cuando iba a patear. Le tiré un pelotazo y lo empujé; el árbitro me vio y me echaron”.
“Tuve varios entrenadores. El Toto Lorenzo, te hacía jugar distinto, era más drástico en la marca y más gritón. Tim (Elba de Paula Lima, técnico del campeón del 68’) buscaba más la habilidad del jugador. En verdad siempre consideré que los jugadores son los que deben saber ubicarse en la cancha y lo importante es que se hablen”, desliza.
Su historia con el Ciclón finalizó en 1968, luego del celebrado título con Los Matadores. Claro que en ese torneo, si bien formaba parte del plantel, no fue titular. “Jugábamos un torneo de verano y Tim me dice: ‘Gramari, voy a probar en su puesto a un uruguayo que me recomendó un amigo. Ya me tiene cansado con que observe a ese chico. No tiene mucha altura y viene de Independiente donde no quedó, veremos’. La cosa es que lo puso y ya por el segundo tiempo me miro con Telch y le digo: ‘a este no lo sacan más’. Era Sergio Birmark Villar, un gran jugador”.
“Al otro año, como premio me dan el pase y el Toscano Rendo me lleva a Huracán. Estuve un año, pero bastante malo. Jugué con Brindisi, Babington, era un equipo de mucha categoría, pero no me sentí cómodo. Había otras posibilidades, pero tomé la decisión de pegar la vuelta a Mendoza”
“Arreglé en Godoy Cruz. Jugué un año en el Tomba, con el Chalo Pedone, Montagnoli, Camargo, Hernández. Le agradeceré siempre a Godoy Cruz por llevarme, de hecho querían que siguiera. Ellos sabían que mi deseo volver a San Martín, pero jugaba Falchi en mi puesto y también algunos decían que yo había venido lesionado. Después se dieron cuenta que no era así y al año siguiente me ofrecieron volver a San Martín”, recuerda.
Inauguró la década del 70, con la cuatro en la espalda y su consolidación como jugador coincidió con los gloriosos años del Chacarero en los Viejos Nacionales. Antes y después le tocó lidiar con wines sagaces y veloces. “Me acuerdo de Bertoni. Otro que me dio muchísimo trabajo fue Minitti, el de los albañiles de Lanús. Ellos eran bravos porque antes el 10 jugaba más cerca de 11 y te hacían el dos-uno. Con el Pinino Mas no me iba tan mal porque no era tan habilidoso, pero sí veloz como yo, entonces chocábamos permanentemente”.
En tanto, el fútbol local también era muy competitivo y por ello el Pato dice: “Con Independiente, que tenía a Mémoli y Vergara eran partidos bravos, también con Gimnasia que tenía al Victor o Guayama. Huracán Las Heras, Gutiérrez, Talleres, Argentino. Todos eran grandes equipos”.
Reggi o Tamagnone; Gramari, Zuvialde, Dubrowscyk y Maryllack; Márquez, Tevez, Monárdez; Barroso, el Gauchito Guzmán y el Cometa Muñoz o Grudzien, nombres más o nombres menos era la formación de ese Atlético Club San Martín que sacaba pecho en esos certámenes nacionales. En 1976, cuando el Chacarero va al Nacional de esa temporada, el Pato le dijo adiós al fóbal. “Para ese torneo vinieron el Chalo Pedone, Millán, Pereyra, los marplatenses Miori, Trama y Oscar Gómez”.
En el resumen de su vida futbolística, el Pato Gramari dice: “San Lorenzo es mi vida, como también lo es San Martín”.
Tanto en el Ciclón como en el Albirrojo ha participado de las distintas cenas homenajes que se le han hecho a las glorias de ambos clubes. “Sí, es muy lindo que se acuerden bien de uno en esos clubes que uno quiere tanto”.
En su querido albirrojo siguió vinculado tras su etapa como futbolista. Allí trabajó en las inferiores durante muchos años, luego de hacer el curso de entrenador. Entre tantos pibes que tuvo a su cargo, había uno que era arquero y se llamaba Esteban Andrada. Sí, el actual portero de Boca. “Es categoría 91, tenía unas condiciones bárbaras”, dice el Pato.
El libro de su buena memoria comienza a cerrarse. Rolando Gramari, se alegra cuando lo recuerdan o lo saludan por la calle. Antes o en los momentos de cuarentena. “Ese señor que va allí, era un crack”, suelen decirle los que pintan canas a sus nietos, cuando caminan de su mano y saludan al Pato.
Un ritual con rasgos similares para Rolando Gramari, quien armó su familia después que colgó los botines y está conformada por su esposa, tres hijos y cuatro nietos. Suele ocurrir que cada domingo después de las pastas caseras o el asado, a algunos de los pibes o su hijo fanátrico cuervo le pide que se fije en la piecita de sus recuerdos si tiene a mano algunos de esos maravillosos recuerdos. Allí con la cuatro en la espalda en ese hilo mágico que unió Junín-Boedo- con San Martín.
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