CUENTO DE FÚTBOL
Cuando durante la semana llegó el rumor de que los iban a
coimear para que perdieran el partido del domingo, todos los muchachos del plantel
hicieron bromas respecto de su honorabilidad y subestimaron por completo la
veracidad del chisme. Sin embargo al día siguiente un ex jugador del club, que
desde su retiro se dedica a representar futbolistas, se acercó hasta el
entrenamiento y pidió mantener una reunión discretas con los referentes del
equipo.
Entre miradas preocupadas y gestos de nerviosismo solemne,
el director técnico que era un viejo zorro en estas lides les dio la
autorización a los tres profesionales con más ascendencia dentro de la
plantilla para que se dirigieran rumbo a la pequeña utilería que oficiaría como
lugar de reunión donde ya los aguardaba el hombre que les haría la oferta.
Afuera quedaron los demás jugadores tratando de concentrarse
en el entrenamiento que estaban llevando a cabo, sin poder completar los
ejercicios, entre comentarios, preguntas e impaciencia.
Al cabo de solamente diez minutos se abrió la puerta de la
utilería y primero apareció la figura del ex jugador que, vestido con el traje
sin corbata, saludó de lejos al entrenador con la mano abierta a la altura de
los hombros, la cabeza gacha y los labios apretados como si ya no hiciera falta
que dijeran nada más. Recién varios minutos después y ante la inquietud y
desconcierto de todos por la tardanza, salieron los tres futbolistas con el
paso lento y mirando hacia los costados del predio como si instintivamente
buscaran a alguien. Pero no. El auto con el hombre de la oferta ya se había
retirado hacía unos cuantos minutos y en aquella cancha auxiliar en la que
estaban entrenando no habían quedado más que los futbolistas, el entrenador y
algunos utileros.
Tardaron tanto en llegar a donde estaban los demás que
parecía que iban marcha atrás. La pelota
se detuvo. Los ejercicios también. El arquero titular y los dos suplentes se
acercaron al centro del campo de juego junto a todos los demás. El director
técnico se hizo el distraído y se alejó unos cuantos metros adonde lo esperaban
los utileros como para dejar bien en claro que no quería escuchar la
conversación que estaban a punto de tener sus dirigidos.
La larga caminata concluyó. Se hizo un silencio profundo y
las miradas apuntaron a los tres negociadores que observaban a los demás con
una pizca de angustia serena.
Fue entonces que uno de los más jóvenes del plantel se cansó
de la ceremonia y fue directamente al grano preguntando qué había sucedido en
la reunión. Tras algunos balbuceos y dudas sobre quien de los tres iba a
hablar, uno de ellos dijo lo obvio.
-Nos ofrecen guita para que perdamos el domingo.
Tras oír esa frase pronunciada con más culpa que coraje, los
demás jugadores se sintieron valientes y tocados en su orgullo. En menos de un
minuto comenzaron a despotricar contra el hombre que había hecho la oferta y
también contra los enviados por no haber molido a golpes a ese señor que
suponía que con dinero les iba a hacer perder el respeto y la honorabilidad con
la que habían desarrollado sus carreras profesionales hasta ese día. Es más,
alguno propuso salir a hablar en los
medios para hacer la denuncia pública y dejar en evidencia a ese individuo que había
osado tratarlos como basura en liquidación. Más pasaban los minutos y más se
envalentonaban. Se oían frases hechas de todo tipo como “yo juego por mis
hijos, no por la guita”, “nos quieren tratar como putas, no saben con quien se
metieron”, “es para cagarlo a trompadas a este cagón”, “ustedes ni deberían
haber ido a reunirse con esa mierda”, “el domingo no solamente vamos a ir para
adelante, sino que lo vamos a golear y a cagarlos a patadas por tramposos”, “si
me dijeras que es para ir para adelante puede ser, pero para ir para atrás
nunca”, “hay que demostrarles que somos un grupo unido y que con nosotros no se
jode”, “no sabés la bronca que tengo”.
-Nos ofrecen 120.000 dólares por perder el domingo.
Se hizo un silencio demoledor y hasta el canto de los
pájaros parecía haberse callado.
-¿Cuánto?- preguntó alguien tratando de demostrar
indiferencia.
-Ciento veinte lucas verdes por perder como venimos
perdiendo casi todo el campeonato- le respondieron.
-Sí, es verdad- se sinceró otro-, venimos jugando mal.
-No le ganamos a nadie, no sabés la bronca que tengo.
-Ya hay que ir pensando en el campeonato que viene, este ya
no tiene sentido.
-Y no, si somos un desastre.
-Estamos mal físicamente, además, a mí me duele todo, no sé si llego al
domingo.
-Nos veo mal, la verdad.
-Además, mirá la cancha donde estamos entrenando… Mirá lo
que es el césped… Tampoco podemos hacer milagros.
-Y somos muchos pibes en el plantel, tenemos que ir
madurando.
-Es un proceso lógico, el año que viene con un par de
refuerzos y más experiencia vamos a acomodarnos bien en la tabla.
-Aparte ellos juegan bien, se merecen salir campeones.
-sí, sí, totalmente, es un placer verlos jugar.
Zambayonny (Diego Perdomo)
@Zambayonny
*Cuento publicado en el libro "La suerte del campeón" del mismo autor.
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