Por Hugo Fernando Videla
Hay un nuevo personaje en las redacciones de diarios digitales. No escribe, no investiga, no sale a la calle. No le importa la historia ni la emoción del texto. Pero tiene poder. Mucho poder. Se llama SEO. O mejor dicho, el especialista en SEO (Search Engine Optimization).
¿Qué es SEO y para qué sirve?
SEO es ese ser misterioso, en algunos casos canchero y que posiblemente se masturba viendo videos de Pergolini, que te dice cómo titular, cuántas veces repetir una palabra y a qué hora subir una nota.
Un iluminado que no escribió una línea que valga la pena en su vida, pero viene a explicarte cómo hacer periodismo. Porque claro, ahora no alcanza con escribir bien. Ahora hay que "posicionar".
Y si el artículo no funciona, no importa. “Vamos a cambiar de estrategia”, te dicen, porque seguramente "cambió el algoritmo".
Entonces, el fanático de Pergolini vuelve con otra fórmula, otra palabra clave, otro consejo que encontraron en una lista de “tips infalibles para aumentar el tráfico”.
¿Qué trabajo hace un SEO?
Nada. Pasan semanas. Pasan meses. Cambian los títulos, los copetes, los sinónimos. El lector sigue sin leer. Y ellos siguen cobrando. El problema no es que existan los SEOs. El problema es que les creen y nace este Síndrome de los Estúpidos y Obsecuentes.
Directores de medios que caen rendidos ante sus métricas, como si un gráfico de barras pudiera reemplazar la intuición, la calle y el olfato periodístico. Como si el algoritmo supiera lo que siente una persona al leer un texto de verdad.
Porque, seamos honestos: el lector lee lo que quiere leer. No lo que Google le sugiere. No lo que el SEO maquilla con frases “de alto impacto”. Lee lo que lo conmueve, lo que lo interpela, lo que le importa. Y eso no se mide con herramientas de análisis, se mide con piel.
Pero los SEOs no entienden de piel. Entienden de keywords, de estructuras, de subtítulos o hipervínculos. Son especialistas en disfrazar mediocridades con fórmulas vacías. Y si algo no funciona, no es culpa del contenido: es que no estaba bien optimizado.
Así funciona esta gran estafa. Una industria del humo que viene vendiendo espejitos de colores desde hace años, mientras el contenido de calidad se relega, se edita hasta quedar irreconocible o, directamente, no se publica porque “no mide”.
¿Y el lector? El lector hace lo que quiere. Sabe cuándo le están vendiendo pescado podrido. Y se va. Se va sin hacer clic, sin compartir, sin volver.
Y ahí es cuando el SEO propone otra estrategia. Otro experimento. Otro chamuyo barato.
Pero algún día, los dueños de medios se van a avivar. Van a dejar de correr detrás de gurúes digitales que no saben distinguir una buena nota de un boletín escolar. Y cuando eso pase, capaz volvamos a lo esencial: contar buenas historias. Por el momento, la epidemia de Estúpidos y Obsecuentes sigue más viva que nunca.
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