CUANDO MI HERMANO EMPEZÓ A ODIAR EL FÚTBOL


CUENTOS 

No es habitual disfrutar de un partido de fútbol por la mañana. Pocas veces sucedió. Entre lagañas, mates y un faltazo a la escuela, aquella jornada de martes no sería una más. Cambiaría mi vida, pero principalmente la de mi hermano.

Ambos éramos muy futboleros desde chicos. Él, seis años mayor que yo, disfrutaba de ver con mi viejo Fútbol de Primera todos los domingos a la noche. Y yo, el menor de la familia, quería ser parte de ese ritual.

Bosteros por herencia, esa mañana faltamos a la escuela para ver al equipo de Bianchi ante el poderoso Real Madrid de Figo y compañía, Los Galácticos según la prensa especializada. Las apuestas estaban 20 a 1 a favor del conjunto europeo, a pesar de que el partido enfrentaba a los dos campeones de los torneos continentales más importantes.

Un Boca que ya había hecho su milagro al derrotar al Palmeiras en Brasil y por penales, ilusionaba a sus simpatizantes con otra victoria épica. Fue por eso que, a pesar de estar en un país que se caía a pedazos, más de 10.000 personas viajaron a Tokio para la gran final. El resto nos quedamos en casa, pero tuvimos que pagar el codificado para poder disfrutar del partido, aunque otra opción era mirar el programa de Víctor Hugo Morales, que decidió poner la transmisión de PSN de fondo. Fue una especie de Robin Hood criado a mates y barriletes cósmicos.

Y ahí estábamos: mamá, papá, mi hermano y yo, listos para disfrutar del partido. Pero a minutos de que arrancara el juego, con los equipos saliendo al campo, mi viejo decidió hacerle un encargo a mi hermano.

—¿Por qué no vas a comprar unas facturas?

Dato no menor: en el año 2000 vivíamos a tres cuadras de una panadería que abría bien temprano, y mi papá pensó en desayunar acorde con las circunstancias de una verdadera e irrepetible final.

A pesar de la cercanía con la panadería, mi hermano agarró su bici para ir y volver lo más rápido posible y no perderse nada. Sin embargo, varios vecinos tuvieron la misma idea, por lo cual se demoró alrededor de diez minutos hasta llegar con las medialunas y sentarse a disfrutar del partido, con tanta mala suerte que ya el duelo estaba 2 a 0 a favor de Boca gracias al doblete tempranero de Martín Palermo.

El encuentro terminó 2 a 1, sufrimos —y mucho— los minutos finales, pero esa victoria quedó para siempre en los corazones de todos los xeneizes.

Sin embargo, algo pasó en mi hermano. A partir de ahí no volvió a ser tan futbolero. No volvió a mirar a Boca, no se compró nunca más una camiseta, no insultó más a los árbitros. Nada. De vez en cuando se engancha con alguna carrera de Fórmula 1, pero el fútbol pasó a ser un enemigo.

Y estoy seguro de que ese desapego por el deporte más popular se dio por culpa de aquella mañana de un 28 de noviembre sin goles gritados, aunque con facturas recién salidas del horno.


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