CUENTO DE FÚTBOL
El 7 de junio de 2007, Luciana, la mujer más bella y
codiciada del pueblo, se dio cuenta de que
amaba profundamente a su mejor amigo, Ramiro, el hombre que la acompañó y la
contuvo en todo momento.
Ramiro la amaba desde el primer momento en que sus ojos la
vieron, allá en los últimos años de la secundaria. A pesar del sentimiento que
siempre tuvo, nunca se atrevió a confesarle su amor por miedo al rechazo.
Luciana era avasallante, fuerte, no pedía permiso. No
esperaba a que la llamen. En cada inicio de relación, siempre dio el primer
paso. Y esta vez tampoco sería la excepción.
Ese 7 de junio, a las tres de la tarde, decidió escribirle
un mensaje de texto a Ramiro.
-Necesito que hablemos, es importante. ¿Tomamos algo esta
noche? - el corazón de él empezó a latir con fuerza, porque imaginaba el
desenlace.
Tratando de calmarse, logró responder:
- Obvio Luci. ¿A qué hora?
- A las diez y media de la noche. ¿Te parece?
- Dale, allí estaré.
- No me falles.
Pero si algo es cierto, es que no todo en la vida es color
de rosa. Ramiro, además de su amor por Luciana, tenía otra pasión, común para
muchos, enfermiza para otros, heredada de su padre.
Su fanatismo por Boca lo llevó a realizar viajes espontáneos
y casi sin un peso, todo para ver al club de sus amores, dejando de lado la
familia, las obligaciones laborales y postergando momentos impostergables.
Y ahí estaba Ramiro. Feliz por esta oportunidad que le
estaba dando la vida de poder empezar una historia de amor verdadera, con la
mujer que tanto amaba. Sin embargo el destino, a veces, pone piedras en el
camino.
Ese 7 de junio, Boca tenía que jugar la semifinal de vuelta
de la Copa Libertadores frente al Cúcuta de Colombia. La tarea del Xeneize no
era sencilla. Debía ganar como mínimo 2 a 0 si quería pasar a la gran final.
Ramiro nunca se había perdido un partido de Boca. Vivía a
mil kilómetros de La Bombonera, pero eso jamás fue un impedimento para seguir
la campaña de su equipo, ya sea por televisión, por radio y en muchas ocasiones
en pleno barrio porteño. Él estaba tranquilo,
porque la cita con Luciana era a las 22.30 y el encuentro de la Copa
Libertadores tenía la hora 20 como inicio pactado. De no ocurrir nada extraño,
antes de las 22, dicho partido ya habría concluido, tiempo suficiente para
vestirse y llegar puntual al lugar acordado.
Fue en ese momento previo, que desde el cielo una intensa
niebla invadió Capital Federal, haciendo imposible comenzar el juego en el
horario impuesto por la Conmebol.
El pronóstico indicaba que dicha niebla se disiparía cerca
de las 21 y desde la organización se tomó la drástica decisión de retrasar una
hora el inicio del esperado partido.
Ramiro no lo podía creer, aunque igual se mostró optimista.
Para sus adentros pensaba que Boca aplastaría al humilde Cúcuta, y que antes
del primer tiempo, la historia ya iba a estar sentenciada, por lo cual podría
irse tranquilo de su casa hacia el bar de siempre, a reunirse con Luciana.
El partido comenzó a las nueve en punto y no parecía ser la
noche de Boca. El local jugaba mal y sufría, casi tanto como Ramiro y su padre,
quienes miraban el encuentro por televisión, juntos, como siempre que no
conseguían entradas o la manera de viajar hacia el estadio. Pasaban los minutos
y el marcador no se movía y el equipo de Miguel Ángel Russo se estaba quedando
afuera de la copa.
Pero el milagro ocurrió. Riquelme, utilizando su derecha
privilegiada, convirtió un golazo de tiro libre antes de terminar la primera
mitad. El reloj en la casa de Ramiro marcaba las nueve y cincuenta. Él decidió bañarse
en tiempo récord en los quince minutos de descanso, para luego encontrarse con
Luciana. Ella, ansiosa en su casa, se ponía más bella de lo que ya era para la
cita.
Comenzó el segundo tiempo y Ramiro aún estaba en su casa. Su
papá lo miraba, sin entender lo que le sucedía. Intuyendo que solamente eran
nervios por el partido le pidió que se tranquilizara, que ya llegaría el
segundo gol de Boca.
Ramiro volvió a mirar el reloj. Eran las diez y cuarto,
tiempo suficiente para salir de su casa, caminar dos cuadras y parar el
colectivo que lo dejaría frente al bar donde había quedado en juntarse con
Luciana. Cuando se dispuso a salir rumbo a la cita de su vida, su papá lo llamó:
-¡Mirá hijo, no te puedo creer! otra vez neblina. El partido
seguro se va a suspender.
La visibilidad en La Bombonera era muy pobre y el juego
volvía a pararse unos minutos. Ramiro, por un momento, perdió la noción del
tiempo y decidió quedarse hasta escuchar que en la transmisión televisiva
avisaran que el partido se suspendía y se pasaba para el día siguiente.
Pero el árbitro, de forma inentendible, decidió retomar las
acciones.
Sólo dos minutos tuvieron que pasar para que llegara el tan
ansiado gol de la clasificación, cuando no, desde la cabeza de Palermo.
Padre e hijo gritaron ese gol de manera desaforada y se
dieron un abrazo enorme que detuvo por un instante todos los relojes del mundo.
Boca, en una noche histórica por lo atípico del clima, pasaba a ganar 2 a 0,
resultado que lo metía otra vez en una final de copa.
Pero fue tan grande ese grito, esa emoción, que Ramiro se
quedó afónico. Sus cuerdas vocales perdieron toda fuerza posible y siendo las
diez y media en punto, y Luciana entrando al bar en donde quedaron en verse, él
se dio cuenta que ya era tarde y decidió escribirle un mensaje de texto para
cancelar la cita, entendiendo además, que en ese estado de mudez absoluta, no
podía asistir.
- Lo siento mucho, Luci. Me surgió un imprevisto. Perdoname,
después hablamos.
Ella leyó el frío pero contundente mensaje de Ramiro y con mucha
vergüenza se retiró del bar, jurándose a sí misma no volverle a hablar. Y es que nunca un hombre la había rechazado,
mucho menos la había dejado plantada, todo lo contrario, decenas de jóvenes
morían por ella.
Al día siguiente, Ramiro, un poco mejor de la voz, decidió
llamarla por teléfono, pero ella no contestó. Durante varios días intentó
comunicarse con Luciana, fue hasta su casa a pedirle disculpas, pero nunca lo
atendió.
Luciana, unos días después y cansada de evitar cruzarse con
Ramiro, dejó la casa de sus padres y se fue del pueblo. Cambió de celular, alquiló
un departamento en la capital y empezó a hacer castings como modelo, su sueño
desde niña.
Pero el mundo es chico y Ramiro la volvería a ver, aunque tuvieron
que pasar cinco años. Fue en el aeropuerto de Ezeiza. Ella ya era una de las
mujeres más destacadas del país y las marcas de ropa se peleaban por su imagen.
Él no había cambiado en lo más mínimo y estaba feliz esperando el vuelo para ir
a Brasil a ver a Boca por la Copa Libertadores.
Luciana al verlo no dudó en saludarlo después de tanto
tiempo, aunque en realidad lo único que quería era una explicación de lo
sucedido ese 7 de junio de 2007. Ramiro con una sonrisa de oreja a oreja
respondió:
-Lo siento mucho Luci, pero el amor es más fuerte…
Buenísimo 👏👏👏
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