CUENTOS EN CUARENTENA
Suena la chicharra final. Hay algarabía en toda la ciudad. David venció a Goliat. El equipo que pelea por mantener la categoría, le ganó al único invicto del certamen y por quince puntos de diferencia.
Los pocos diarios en papel que quedan, paran las rotativas. Los apostadores compulsivos se quieren suicidar. Algunos piden investigar si hubo algún tipo de arreglo, porque nadie, ni la prensa especialista, ni los más optimistas simpatizantes del equipo local, imaginaban este resultado.
El combinado de estrellas, el equipo de los millones, los que parecían invencibles, cayeron ante uno de los clubes más humildes de la categoría. En un deporte tan estudiado, tan estadista como el básquet, parece imposible encontrarle una explicación al resultado final.
Los bonaerenses eran los líderes indiscutidos de la Liga y emprendían una gira de tres partidos por el interior del país, en búsqueda de seguir ensanchando su histórico récord, que hasta el momento era de quince victorias y ninguna derrota.
Luego de dos encuentros donde sacaron a relucir todo su potencial ganando ambos partidos en Neuquén, uno 91 a 74 y el otro 104 a 83, la delegación invicta finalizaba su viaje en la provincia de Mendoza. Un dato a tener a cuenta: tanto el plantel, como el cuerpo técnico y los dirigentes, se trasladaban en avión, un lujo que por estos tiempos de crisis, muy pocos pueden disfrutar.
Con ya diecisiete victorias en fila, todo era felicidad. Y es por eso que Walter, el entrenador del equipo de las estrellas, al llegar a la provincia del sol y del buen vino, tuvo un divertido (pero a la vez polémico) capricho.
El encuentro se disputaba a las nueve de la noche y la delegación llegó a las diez de la mañana al hotel mendocino, donde se alojarían hasta el día siguiente. El preparador físico, el Marciano, con una trayectoria intachable en el mundo del básquet, obligó al plantel a hacer unos pequeños ejercicios de elongación en el patio del hotel antes de entrar a dejar los bolsos y descansar unos minutos, porque a las doce, el club local les cedería el estadio para que fueran a entrenar, como suele suceder antes de un partido de Liga Nacional.
Tras llegar a la cancha, uno de los dirigentes del equipo anfitrión les brindó todo lo que necesitaban. Las llaves del camarín, la clave WIFI, el depósito para guardar los elementos del Marciano para la entrada en calor en la noche, y entre otras cosas, este dirigente mendocino era propietario de un restaurant y les ofreció ir a almorzar y a cenar a su local, donde los atendería con la camaradería habitual que sucede en el básquet, además de realizarle un buen precio por la cantidad de comensales.
Los dirigentes del club bonaerense aceptaron la oferta y llamaron al Marciano, que como preparador físico y con un vínculo de trabajo cercano al nutricionista de la institución, tenía una carpeta con las comidas de toda la semana, siguiendo la estricta y equilibrada dieta para una gira de tres partidos. Un jugador de básquet gasta mucha energía en cada compromiso y tiene que llevar una dieta que combine carbohidratos y proteínas suficientes para la recuperación de su cuerpo, esperando el siguiente juego.
Sin embargo, cuando el Marciano fue a entregarle la carpeta con el menú recomendado para el almuerzo y la posterior cena al dueño del restaurant, Walter, el entrenador, quien estaba sentado en el banco de los suplentes mirando atentamente lo que hacían sus jugadores en el parquet, se paró, caminó unos pasos, se acercó sin pedir permiso e interrumpió la conversación:
-¿Es muy tarde para hacer un asado ahora?- le preguntó al dirigente mendocino, en un tono tranquilo, con una sonrisa escondida, pero que quería salir a toda costa de su cuerpo.
-¿Cómo un asado? ¿Ahora?- respondió el Marciano, sin poder entender la pregunta que Walter le había hecho al dirigente, que se había quedado atónito observando el diálogo.
-¡Sí! ¿Qué tiene? Los chicos están haciendo un torneo bárbaro. ¡Relajá, Marciano! Hagamos un asado, eso va a unir un poco más al grupo. Aparte después del juego de esta noche, tenemos una semana tranquila- argumentó el DT.
Y la charla continuó:
-Walter, me parece que no es correcto. Tenemos un partido esta misma noche. Si querés lo hacemos después del juego, pero ahora no. Hay una dieta estricta a seguir. Para el almuerzo los chicos deben comer una porción de tarta de acelga como entrada, tallarines como comida principal y una fruta de postre. El nutricionista lo puso bien claro en la carpeta, mirá – le decía el Marciano al entrenador y le señalaba la carpeta en la sección del último día de viaje.
-El nutricionista me tiene las bolas llenas, al igual que vos, Marciano. Diecisiete victorias al hilo llevamos. ¡Diecisiete! creo que nos merecemos un asadito para disfrutar de este buen presente. Y a la noche pedimos que nos preparen unas pizzas- retrucó Walter, ante el silencio de todos.
El Marciano, hombre de vasta trayectoria, agarró la carpeta con el menú recomendado por el nutricionista, abandonó la conversación y se puso a trabajar con el plantel, mordiendo sus labios, conteniendo una furia bien adentro que estuvo a punto de explotar. Walter se quedó dialogando con el dueño del restaurant y, con el aval de sus propios dirigentes, convenció a todos de que era una buena idea realizar un asado ese mediodía, para disfrutar del placer de ser imbatibles.
Luego del mini entrenamiento, donde el plantel trotó unos minutos, tiraron al aro y practicaron algunos sistemas ofensivos, los jugadores se ducharon y se fueron rumbo al restaurant que quedaba a pocas cuadras del estadio, donde a las dos de la tarde estaría listo el asado, según prometió el dirigente anfitrión.
Toda la delegación asistió. Todos menos el Marciano, por supuesto. Por el enojo que tenía por esta absurda decisión de Walter de comer un asado a horas de un partido, fingió estar mal del estómago, compró con dinero de su bolsillo una pequeña vianda de carne y ensalada y se fue al hotel a dormir la siesta, solo.
A pesar de la ausencia del Marciano, el asado no se suspendió. Hubo un desfile interminable de costillas, chorizos, mollejas y vacío, suculento, ya que los jugadores de básquet son de buen comer. Todo lo sólido, además, estuvo bien acompañado por lo líquido. Como cortesía de la casa, el dirigente anfitrión descorchó los mejores vinos mendocinos que tenía en su bodega, y el almuerzo se estiró hasta las cuatro de la tarde, es decir, a falta de cinco horas para el juego de la noche.
Walter, antes de que toda la delegación se fuera a descansar, inició un nuevo brindis con emotivas palabras, felicitando a sus dirigidos por la gran campaña que estaban realizando. También agradeció a los dirigentes de su club por el apoyo incondicional, pero esta vez le pidió al dueño del restaurant si podía traer algunas jarras de fernet con coca, la bebida predilecta de los jugadores. Dicho brindis hizo que la velada se prolongara una hora más.
Los dirigentes del club bonaerense, presentes en el viaje, entendían que el grupo estaba más unido que nunca y que era prácticamente imposible negarle un momento de relax a un entrenador invicto y simpático como Walter. Típico humorista de sobremesa, contador impulsivo de anécdotas. Además, el partido de esa noche, parecía ser un trámite.
Tras esa agradable jornada, todos volvieron al hotel a descansar de cara al partido. Sin embargo, el base del equipo, a pocos metros de llegar a su habitación, vomitó todo el pasillo, lo que generó las risas de sus compañeros, en vez de preocupación. –¡Esos chorizos de mierda me cayeron mal!- gritaba por todo el hotel una y otra vez, mientras a sus colegas les explotaba la panza de tanto reírse. A pesar de su descompostura, jugaría esa noche.
A las seis de la tarde en punto, el Marciano, quien estuvo toda la siesta en el hotel, les había preparado la tradicional merienda a los jugadores, que incluía un sándwich de jamón y queso para cada uno, jugo de naranja y una fruta a elección. Solo tres de los doce jugadores probaron la media tarde. El resto, todavía no terminaban de hacer la digestión.
En estas circunstancias, el conjunto bonaerense salió a la cancha. Muy unido, es cierto, pero todavía con algunas resacas producto del asado, el vino mendocino y el fernet con coca. El base, el hombre que había vomitado en el hotel, se tomó una Buscapina antes del partido para calmar su dolor de estómago y de cabeza.
El Marciano, mientras preparaba la entrada en calor para el plantel, utilizando todos sus materiales que incluían conos, sogas y las pelotas de básquet, ya empezaba a redactar en su cabeza el telegrama de renuncia. En el otro costado de la cancha, estaban los mendocinos, que se relamían y soñaban con realizar el partido que habían planificado toda la semana, y que finalmente sucedió. Y terminó siendo más simple de lo que imaginaban.
Suena la chicharra final. Hay algarabía en toda la ciudad. David venció a Goliat. Cosas que pocas veces pasan en el básquet.
Hugo Videla
@HugoVidela1
Periodista deportivo, oriundo de Rivadavia, Mendoza.
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