EL VIAJE DEL PERIOHINCHA

 

Por Soy Del Este

CUENTO DE FÚTBOL

Periohincha. Así lo llamaban en la redacción del diario. Era fácil distinguirlo del resto. Mientras sus colegas intentaban mantener la compostura periodística, esa neutralidad que exige la profesión, él no lo disimulaba. Era un hincha desatado de la Lepra. Su pasión lo desbordaba en cada cobertura, en cada comentario, en cada artículo.

No era fácil ser hincha de un equipo que había pasado tantos años en la B, un club acostumbrado a la eterna lucha entre la ilusión del ascenso y la cruel realidad de la permanencia. Pero él estaba ahí, partido tras partido, reportando con el corazón en la mano y el carnet de periodista en el bolsillo. Era una vida de equilibrista, intentando ser profesional sin traicionar su amor por los colores.

Cuando se anunció que la final de la Primera Nacional sería contra Almirante Brown y en Córdoba, el Periohincha no lo dudó. Sabía que su sueldo de cronista apenas le alcanzaba para el alquiler y los fideos del mes, pero la chance de ver a su amado equipo en la máxima categoría, era un sueño que no podía dejar escapar.

El diario, como siempre, estaba en crisis. La excusa favorita de los jefes. No había presupuesto para viáticos y le recomendaron hacer la cobertura desde Mendoza, mirando todo por televisión. Pero quedarse en casa o trabajar desde la redacción, no era una opción para él. Tenía que estar ahí, sentir el latido de la hinchada, ver de cerca cada jugada. En otras palabras, ser parte de la historia.

Fue así que, sin pensarlo dos veces, compró el pasaje más barato que encontró en un colectivo de larga distancia. Ida y vuelta en el mismo día, porque dormir en Córdoba era un lujo que no podía permitirse.

La semana previa al partido fue un calvario. Los nervios lo devoraban por dentro. Se comía las uñas. Cada vez que intentaba concentrarse en escribir una nota para el diario, su mente vagaba hacia la final. Pensaba en las posibles alineaciones, en los movimientos tácticos que podrían hacer la diferencia, y sobre todo, en cómo reaccionaría la hinchada si la Lepra lograba el ascenso. Esta vez sentía que era posible. Noventa minutos lo separaban del sueño eterno.

El domingo 29 de octubre de 2023 llegó, y con una pequeña mochila y una ilusión más grande que cualquier otra cosa, se subió al colectivo en la terminal de Mendoza. Dentro llevaba lo indispensable: una botella de agua, su notebook para trabajar, unos auriculares para escuchar al Indio todo el camino, algunos caramelos y un chocolate que su novia le había dado, con esa mirada cómplice que decía «Cuidate, ¿sí? ». No había plata para más. Pero a él mucho no le importaba, porque entendía que vivir solo cuesta vida.

El viaje fue largo y sofocante. El sol de octubre pegaba como un central rústico sobre las ventanas del colectivo, y cada tanto cerraba los ojos, imaginando el Mario Alberto Kempes, los cánticos de la hinchada, el pitido final y la explosión de alegría que seguiría. El Periohincha vivía cada momento en su mente antes de que sucediera.

Cuando llegó a Córdoba, todo fue un torbellino. No había tiempo que perder. Tomó su credencial en la entrada del estadio y se acomodó en el palco de prensa. Desde allí, podía ver cómo la hinchada de su amado club llenaba las gradas. Parecía que toda Mendoza había viajado a la ciudad del cuarteto y el fernet para ser parte de esta historia. Las tribunas se pintaban de azul, y el sonido de los bombos resonaba y se ofrecía mejor que nunca.

El Periohincha intentaba mantener la compostura, pero su corazón lo traicionaba. Mientras escribía las primeras líneas de la crónica, los fuegos artificiales anunciando la salida de los equipos lo sacaron de su concentración. Por un instante, deseó estar en la popular, saltando y gritando como en el pogo más grande del mundo.

Pero en un segundo de lucidez, se contuvo. «Concentrate, sos periodista», se repetía así mismo. Esa fiesta previa, sumado a problemas con la televisación, retrasaron unos minutos el inicio del partido.

El duelo fue un infierno encantador para los nervios. Ninguno de los dos equipos quería arriesgar. Los noventa minutos se consumieron en un empate y el Periohincha maldijo internamente. Y es que no había calculado que habría tiempo suplementario, además de las demoras previas, cuando compró el boleto de vuelta. 

El alargue fue una montaña rusa de emociones, los penales estaban a la vuelta de la esquina. El Periohincha ya se veía haciendo dedo para volver a Mendoza. Fue por eso que le hizo un par de promesas imprudentes al cielo, para terminar de la mejor manera aquella noche.

Por suerte, para él y para los miles de hinchas que coparon las tribunas del Kempes, la Lepra encontró su destino. Con los goles de Brian Sánchez y del Pipe Ramis, el equipo de Berti venció a La Fragata y logró el ansiado ascenso a la máxima categoría del fútbol argentino. 

El estadio explotó en una marea de abrazos, lágrimas y banderas que ondeaban como nunca antes. Era la felicidad absoluta y azulada.

Pero para el Periohincha, el partido no había terminado. Mandó la crónica al diario, la cual tituló “Fuegos de octubre”, haciendo malabares entre el éxtasis y la prisa. Y es que su colectivo, el único medio para regresar a Mendoza, salía en minutos. No había tiempo para disfrutar del ascenso. Hubiera deseado entrevistar a los protagonistas de la página dorada del club, pero salió corriendo a lo bobo fuera del estadio, esquivando hinchas y controles policiales. Había que llegar a tiempo a la terminal.

Cuando divisó un (toxi) taxi en la distancia, salió despedido como un misil para alcanzarlo y casi se tropieza con su mochila. No tenía un peso extra, no podía perder ese colectivo, no había recursos para pasar una noche en Córdoba.

Al llegar a la terminal, su pulso cardíaco volvió a la normalidad al ver que el bus aún estaba allí. Con el último aliento, subió justo antes de que cerraran las puertas. Se dejó caer en el asiento, agitado, transpirado, y sin haber cenado, pero con una sonrisa que no le cabía en el rostro.

Mientras los otros pasajeros se dormían, él miraba por la ventana y observaba la oscuridad de la ruta, un contraste absoluto luego de las luces de aquella jornada futbolera. Se pellizcó un par de veces para confirmar que estaba despierto.  

No lo soñó. Era la realidad. Linda e infinita. Tenía el estómago vacío, pero el alma llena. Incluso algunas lágrimas de felicidad empezaron a caer de sus ojos, pero intentó disimular el llanto para no hacer papelones arriba del colectivo. 

Y cómo no sentirse así. El Periohincha, después de tantos años de amargura y de gastadas tombinas en la redacción, sabía que al año siguiente tendría que hacer más viajes, cubrir más partidos, pero esta vez, en Primera División.


*Cuento de Hugo Fernando Videla, publicado en el libro "Fútbol mendocino, no lo entenderías"


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